En cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da.
Antonio Machado.

 

Por qué los asiáticos son mejores en matemática

22 de marzo de 2012

El arroz se ha cultivado en China durante miles de años. Desde aquí se extendieron las técnicas de su cultivo a todas partes de Extremo Oriente: Japón, Corea, Singapur, Taiwán. Año tras año, desde que se escribe la historia, los campesinos de Asia han adoptado el mismo modelo de agricultura, implacablemente intrincado.

Un arrozal hay que "construirlo", no basta con labrarlo como se rotura un campo para hacer un trigal. No basta con arrancar los árboles, la maleza y las piedras y luego arar. Los campos de arroz están tallados sobre las laderas de una colina, en una complicada serie de terrazas, o bien minuciosamente construidos sobre una marisma o llano de un río. Un arrozal necesita irrigación, lo que implica construir una complicada serie de diques alrededor del campo. Deben cavarse canales desde la fuente de agua más cercana, e incorporarse compuertas a los diques para que el flujo de agua se regule con la precisión necesaria para regar la mata sin anegarla ni pudrirla.

Además, el arrozal necesita un suelo de arcilla impermeable; de otro modo, la tierra se tragaría sin más el agua. Pero, por supuesto, las matas de arroz no pueden plantarse directamente sobre la capa de dura arcilla. Encima de la arcilla debe haber una gruesa capa de fango. La terraza se diseña con cuidado, como una gigantesca maceta con el drenaje correcto para mantener las plantas sumergidas en el nivel óptimo. El arroz debe fertilizarse de manera constante, lo cual es otro arte. Tradicionalmente los agricultores han usado "el suelo de la noche" (abono de origen humano) y una combinación de estiércol quemado, fango del río y restos de soja y cáñamo, pero esta tarea también exigía ser cuidadosos, porque echar demasiado fertilizante, o una cantidad correcta aplicada en el momento incorrecto, podría tener efectos peores que echarle demasiado poco.

En el momento de la siembra, un granjero chino tenía cientos de variedades de arroz entre las que escoger, cada una de las cuales ofrecía una compensación ligeramente diferente, digamos, entre la producción y la rapidez del crecimiento, o por su resistencia a la sequía, o por su adaptación a suelos pobres. Muchas veces se plantaba una docena o más de variedades a la vez, ajustando la mezcla de una temporada a otra para repartir los riesgos, para conjurar así el fracaso de la cosecha entera.

Toda la familia participaba en la plantación de semillas, en un semillero ya preparado. Al cabo de unas semanas, las matas se trasplantaban al campo, en hileras separadas 15 cm unas de otras, y después se nutrían minuciosamente.

Arrozal

La escarda se hacía a mano, con diligencia y sin cesar, pues, por sí solas, las jóvenes matas de arroz no podían competir con las malas hierbas. A veces se cepillaba individualmente cada mata de arroz con un peine de bambú para eliminar insectos. Los agricultores tenían que comprobar de manera constante los niveles del agua y asegurarse de que ésta no se calentara demasiado al sol del verano. Cuando el arroz maduraba, los granjeros hacían cuadrilla con todos sus amigos y parientes y, en un esfuerzo coordinado, lo segaban cuanto antes, para poder sacarle a la tierra una segunda cosecha antes de que llegara la estación seca del invierno.

Históricamente, la agricultura occidental ha tenido una orientación "mecanicista". En occidente, si un granjero quería ganar en eficiencia o aumentar su producción, incorporaba un equipo cada vez más sofisticado, lo que le permitía sustituir la tracción humana por el trabajo mecánico: trilladoras, enfardadoras, cosechadoras, tractores. Limpiaba otro campo y aumentaba su área de cultivo, porque ahora su maquinaria le permitía trabajar más tierra con el mismo esfuerzo. Pero en Japón o China, los agricultores no tenían dinero para invertir en equipo. Tampoco abundaban las tierras que pudieran convertirse fácilmente en nuevos campos. De modo que los cultivadores de arroz mejoraban su producción a base de inteligencia, gestionaban mejor su propio tiempo y hacían elecciones acertadas. Como ha expuesto la antropóloga Francesca Bray, la agricultura de arroz "fomenta el desarrollo de habilidades": si uno está dispuesto a escardar con un poco más de diligencia, a fertilizar con más criterio, a pasar un poco más de tiempo supervisando los niveles del agua, a esforzarse un poco más en mantener la capa de arcilla absolutamente nivelada, recogerá una cosecha más grande. No es sorprendente que, a lo largo de la historia, los que cultivaban arroz siempre trabajaran más que casi cualquier otra clase de agricultor.

En contraste, considérese la vida de un campesino europeo del siglo VIII. En aquel tiempo hombres y mujeres probablemente trabajaran del alba al mediodía doscientos días al año, lo que puede equivaler a unas mil doscientas horas de trabajo anual. En época de cosecha o de siembra, la jornada podía alargarse. En invierno era mucho más corta. En The Discovery of France, el historiador Graham Robb escribe que la vida del campesinado en un país como Francia, hasta bien entrado el siglo XIX, se componía de episodios esencialmente breves de trabajo seguidos de largos periodos de ociosidad: "El 99 por ciento de toda la actividad humana descrita en ésta y otras narraciones [de la vida rural francesa] se desarrollaba entre el principio de la primavera y el final del otoño". En los Pirineos y los Alpes, pueblos enteros hibernaban básicamente desde las primeras nieves de noviembre hasta marzo o abril. En las regiones más templadas de Francia, donde las heladas son más infrecuentes, se reproduce el mismo modelo.

Un campesino del sur de China, en cambio, no hibernaba. El mantenimiento de un arrozal exige entre diez y veinte veces más mano de obra que el de un trigal o un maizal de tamaño equivalente. Algunas estimaciones calculan el trabajo anual de un agricultor arrocero de Asia en tres mil horas.

Cuanto más duro se trabaje en un campo de arroz, más produce éste. En segundo lugar, se trata de un trabajo complejo. Un agricultor arrocero no se limita a plantar en primavera y cosechar en otoño: también, administra eficazmente un pequeño negocio gestionando una mano de obra familiar; acotando el riesgo de ruina mediante una selección reflexiva de las semillas, construyendo y manejando un sofisticado sistema de irrigación y coordinando el complicado proceso de recoger la primera cosecha simultáneamente a la preparación de la segunda. Un arrozal no sólo exige una cantidad enorme de trabajo, sino además muchas otras cosas. No vale despreocuparse.

Los proverbios chinos subrayan la creencia de que "con trabajo duro, planificación sabia e independencia o cooperación con un pequeño grupo, la recompensa es sólo cuestión de tiempo".

He aquí algunas de las cosas que los campesinos se decían unos a otros mientras trabajaban tres mil horas al año en la calurosa humedad de un arrozal chino:

"Sin sudor ni sangre no se sacia el hambre".
"Su ocupación es, para el campesino, bendición. ¿De dónde, si no es del ajetreo, saldrá el grano con que pasará el invierno?"
"Quien no trabaja en el estío, en invierno se muere de frío".
"No mires al cielo en busca de grano; pon mejor a trabajar tus manos".
"¿Te preguntas si la cosecha será buena? Mejor pregúntate si abonaste bien la tierra".
"Cuando el hombre trabaja a conciencia, no es perezosa la tierra".

Y el más revelador de todos: "Trescientos sesenta días al año levántate antes del amanecer y la prosperidad de tu familia llegarás a ver".

Es posible preguntarse si esta herencia cultural china, caracterizada por el trabajo duro y complejo, tiene algún impacto sobre las tareas intelectuales. ¿Y si proceder de una cultura formada por las exigencias del cultivo de arroz también le hiciera a uno mejor en matemáticas? ¿Puede el arrozal notarse en el aula?

Cada cuatro años, un grupo internacional de educadores hace una prueba general de matemáticas y ciencias a estudiantes de primaria y secundaria en el mundo entero. Se trata del TIMSS, y el propósito del TIMSS es comparar los logros educativos de un país con los de otro.

Cuando los estudiantes se someten al examen TIMSS, también tienen que rellenar un cuestionario. Éste incluye preguntas sobre toda clase de cuestiones, como el nivel educativo de los padres, o sus opiniones sobre las matemáticas o quiénes son sus amigos. No es un ejercicio trivial. Tiene unas 120 preguntas. De hecho, es tan aburrido y exigente que muchos estudiantes dejan no menos de diez o veinte preguntas en blanco.

Ahora viene lo interesante: resulta que el número medio de preguntas contestadas en el cuestionario TIMSS varía de unos países a otros. Es posible, de hecho, clasificar a todos los países participantes según cuántos artículos del cuestionario contesten sus estudiantes. Ahora bien, ¿qué cree usted que pasa si se compara esta clasificación con la que resulta de evaluar los resultados generales en matemáticas? Resulta que coinciden exactamente. En otras palabras, los países cuyos estudiantes están dispuestos a concentrarse y permanecer inmóviles el tiempo suficiente para enfocar la contestación a cada pregunta de un cuestionario infinito son los mismos países cuyos estudiantes hacen el mejor trabajo a la hora de solucionar problemas de matemáticas.

Bueno, ¿qué países se sitúan en lo alto de ambas listas? La respuesta no debería sorprenderle: Singapur, Corea del Sur, China (Taiwán), Hong Kong y Japón. Lo que los cinco tienen en común, por supuesto, es que todos pertenecen a culturas formadas por la tradición agrícola del húmedo arrozal y el trabajo significativo. Son del tipo de lugares donde, durante cientos de años, los campesinos desheredados que gemían sudando sobre un arrozal tres mil horas al año se decían unos a otros cosas como "Trescientos sesenta días al año levántate antes del amanecer y la prosperidad de tu familia llegarás a ver".

La cultura formada en el arrozal ha servido a los asiáticos para encarar con éxito muchos esfuerzos, pero rara vez se ha revelado su utilidad con tanta perfección como en el caso de las matemáticas.

Habitualmente presumimos que la facilidad para la matemática es una función simple de inteligencia humana. Pero la herencia cultural importa, la capacidad de resolver problemas de aritmética también puede ser algo arraigado en la cultura de un grupo.

¿Cuál es el secreto para el estudio de las matemáticas? La mayoría de los estudiantes que intentan resolver un problema, después de las primeras tentativas, diría: "No me sale. Necesito que me lo explique". La mayoría trabaja entre treinta segundos y cinco minutos para resolver un problema, antes de concluir que es demasiado difícil para su capacidad de solucionarlo.

A veces pensamos en las destrezas matemáticas como una capacidad innata, que o se tiene o no se tiene. Pero no se trata tanto de capacidad como de actitud. Se llegan a dominar las matemáticas si uno está dispuesto a intentarlo. El éxito es una función de persistencia, obstinación y voluntad de trabajar al máximo durante el tiempo necesario para sacar sentido de algo ante lo que la mayoría de la gente desistiría después de treinta segundos. Imagínese un país donde esa obstinación no es la excepción, sino un rasgo cultural profundamente arraigado. Sin duda, ése sería un país al que se le darían bien las matemáticas.

Fuente: Fuera de serie (Oultiers), Malcolm Gladwell
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